Hoy te escribo esta carta a ti, querido silencio, silencio eterno que te has apoderado de mis noches e incluso de mis días, ese que enmudece pero al mismo tiempo está repleto de ruidos, ruidos que no hablan pero apuñalan a diario tu nostalgia. Por más que busco la forma, no sé guiarte a la salida y es que en cierta medida ya me he acostumbrado a tu compañía en lo más profundo de mi alma y a pesar de que no digas nada, te siento ahí, conmigo.
Resulta curioso, porque aunque no medias palabra, provocas en mí extrañas sensaciones que a veces se tornan en sonrisas al recordarte y otras me llenan de miedos… miedo a olvidar el sonido de tu voz, a no encontrar a diario un recuerdo nuevo al que aferrarme, miedos que se tornan en lágrimas pero siempre desde la sutileza de ese fantasma llamado silencio que no dice nada pero que atormenta tu alma.
A veces sólo quiero que te marches, que me sueltes, otras sin embargo te reclamo para viajar conmigo a aquél lugar inventado en el que se evade mi consciencia, donde él y yo charlamos y en el que siempre estás presente; porque no hace falta decir nada, sólo que estés ahí, callado pero latente…
Irremediablemente me he acostumbrado a tu compañía y aún hay veces en las que te busco incansable para huir del mundanal ruido y correr a refugiarme en tu regazo. Huyo buscando ser pausa en la rutina para pensarte, calma en el desorden para extrañarte, tregua en la prisa para sentirte y silencio en la tormenta para abrazarte.

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